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01 Dic 2012
POLÍTICA
Rescatar la política, invirtiendo en educación para democracia
De
paso por Murcia, tertulia de amistades con tapas de la región y tinto
de la casa. Tema de conversación, la crisis. Estribillo, el rescate. Me
preguntan por Japón: si también allí hay crisis o cómo se supera. “En
Tokio no necesitáis que os rescaten”, dice el irónico de la peña. Se
quedan desconcertados cuando abogo por un rescate colosal. Impensable
que necesiten rescate las finanzas del “Sol Naciente”. Pero no me
refería a ese rescate; ni a la redención mercedaria de cautivos o la
liberación policial de secuestrados. Pensaba en otro rescate más
difícil, lo mismo en Tokio que en Madrid: rescatar la educación para
recuperar la democracia. Habrá que explicarlo, aun con riesgo de
estropear la digestión del aperitivo.
El
rescate de que hablaban mis contertulios está a diario sobre el tapete:
división de opiniones sobre quién, cuándo y cómo tendrá que venir a
liberarnos del atolladero en que encalló la gestión económica del país.
Me dejan perplejo sus análisis de la crisis. Parece que todo el mundo
aguarda a que llegue de fuera una salvación que tendría que surgir desde
dentro. Unos dicen: que gobierne un santo y nos salve. Otros dicen: que
gobierne un tecnócrata y cuadre las cuentas. Los antropólogos lo
llamarían “síndrome del culto al barco”. En Oriente dicen: vendrá de
Occidente un barco. En Occidente dicen: vendrá de Oriente un barco. Como
tarareaban en la tonadilla popular: “De La Habana ha venido un barco
cargado de…”
Dos
clases de intérpretes diagnostican la crisis. De un lado dicen: fue
culpa del olvido de los fines. De otro lado arguyen: fue culpa del
olvido de los medios. Insisten los primeros: “Rescatad el púlpito para
que nos prediquen valores”. Repiten los segundos: “Rescatad la
calculadora para contabilizar ganancias y anular déficits”. Dicen los
del púlpito: “El problema es que hemos olvidado los valores de lo bueno y
lo verdadero, lo bello o lo divino”. Dicen los de la calculadora: “No,
el problema es que hemos olvidado la aritmética, hemos olvidado sumar y
restar, multiplicar y dividir; ahorramos lo que debíamos invertir,
gastamos lo que había que ahorrar, o gastamos lo que no teníamos y lo
poco que teníamos lo desperdiciamos”.
¿Cuál
de los dos tiene razón? ¿Aplaudiremos al equipo verde, el de los
predicadores, o al equipo naranja, el de la calculadora? ¿A quién le
echarán la culpa de la inundación y desmadre de la crisis? ¿Al
desmantelamiento de los diques en la orilla izquierda o al derrumbe del
malecón en la orilla derecha? A mí me preocupa otro derrumbe: el del
puente que une ambas orillas. El puente por el que tienen que circular
en doble dirección los avances técnico-económicos y los controles
ético-jurídicos,
Lo
que está sobre todo en crisis es la vida política democrática de una
ciudadanía entera que, tras optar por poner en común el poder para
garantizar la convivencia, controla ese poder en el espacio público de
la democracia deliberativa y participativa. La vida política tendría que
ser la mediación entre la exigencia de búsqueda ética y ordenamiento
jurídico, por una parte, y las circunstancias, por otra parte, de la
realización concreta de la vida colectiva económica y tecnológica.
Porque la vida política ha de mediar entre ética y economía. Y hay
necesidad de educar a toda la ciudadanía para la vida política. ¿Qué
diría Aristóteles si le preguntasen: rescatamos a la banca o a los
dioses, a la técnica o a las musas, a la economía o a la ética? Me
imagino al filósofo respondiendo: “Rescatad el puente entre los dos
orillas, recuperad la democracia. Para eso rescatad la educación”. ¿Pero
cómo rescatar la democracia participativa y deliberativa, cómo
recuperar la educación necesaria para ello? ¿Cómo educar para una vida
política que gestione la mediación entre la capacidad técnico-económica y
la exigencia ética? Esa es la pregunta del millón… (¡Imposible de
contestar con los recortes en educación del “desgobierno” actual).
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