13/3/13

LLOANÇA ALS MESTRES

El periodista i director del diari Ara, Carles Capdevila -també escriptor i tertulià- ha "parit" aquest text que per ami com a docent és una bona injecció de moral a més de fer-me reflexionar  com a pare per intentar millorar com educar de la meva filla.
Espero que us el llegiu i que cadascú arribi a les seves pròpies conclusions.

'Una siesta de doce años'


Carles Capdevila / Periodista.

Educar debe de ser una cosa parecida a espabilar a los niños y frenar a
los adolescentes. Justo lo contrario de lo que hacemos: no es extraño
ver niños de cuatro años con cochecito y chupete hablando por el móvil,
ni tampoco lo es ver algunos de catorce sin hora de volver a casa. Lo
hemos llamado sobreprotección, pero es la desprotección más absoluta: el
niño llega al insti sin haber ido a comprar una triste barra de pan,
justo cuando un amigo ya se ha pasado a la coca. Sorprende que haya
tanta literatura médica y psicopedagógica para afrontar el embarazo, el
parto y el primer año de vida, y que exista un vacío que llega hasta los
libros de socorro para padres de adolescentes, esos que lucen títulos
tan sugerentes como Mi hijo me pega o Mi hijo se droga. Los niños de
entre dos y doce años no tienen quien les escriba.

Desde que abandonan el pañal (¡ya era hora!) hasta que llegan las
compresas (y que duren), desde que los desenganchas del chupete hasta
que te hueles que se han enganchado al tabaco, los padres hacemos una
cosa fantástica: descansamos. Reponemos fuerzas del estrés de haberlos
parido y enseñado a andar y nos desentendemos hasta que toca irlos a
buscar de madrugada a la disco. Ahora que al fin volvemos a poder
dormir, y hasta que el miedo al accidente de moto nos vuelva a desvelar,
hacemos una siesta educativa de diez o doce años.

Alguien se estremecerá pensando que este período es precisamente el
momento clave para educarlos. Tranquilo, que por algo los llevamos a la
escuela. Y si llegan inmaduros a primero de ESO que nadie sufra, allá
los esperan los colegas de bachillerato que nos los sobreespabilarán en
un curso y medio, máximo dos. Al modelo de padres que sobreprotege a los
pequeños y abandona los adolescentes nadie los podrá acusar de haber
fracasado educando a sus hijos. No lo han intentado siquiera. Los
maestros hacen algo más que huelga o vacaciones, y la educación es
bastante más que un problema. Pido perdón tres veces: por colocar en un
título tres palabras tan cursis y pasadas de moda, por haberlo hecho
para hablar de los maestros, y, sobre todo sobre todo, porque mi idea es
-lo siento mucho- hablar bien de ellos. Sé que mi doble condición de
padre y periodista me invita a criticarlos por hacer demasiadas
vacaciones (como padre) y me sugiere que hable de temas importantes,
como la ley de educación (es lo mínimo que se le pide a un periodista
esta semana).

Pero estoy harto de que la palabra más utilizada junto a escuela sea
‘fracaso’ y delante de educación acostumbre a aparecer siempre el
concepto ‘problema’, y que ‘maestro’ suela compartir titular con ‘huelga’.

La escuela hace algo más que fracasar, los maestros hacen algo más que
hacer huelga (y vacaciones) y la educación es bastante más que un
problema. De hecho es la única solución, pero esto nos lo tenemos muy
callado, por si acaso. Mi proceso, íntimo y personal, ha sido el
siguiente: empecé siendo padre, a partir de mis hijos aprendí a querer
el hecho educativo, el trabajo de criarlos, de encarrilarlos, y, mira
por donde, ahora aprecio a los maestros, mis cómplices. ¿Cómo no he de
querer a una gente que se dedica a educar a mis hijos? Por esto me duele
que se hable mal por sistema de mis queridos maestros, que no son todos
los que cobran por hacerlo, claro está, sino los que son, los que suman
a la profesión las tres palabras del título, los que mientras muchos
padres se los imaginan en una playa de Hawái están encerrados en alguna
escuela de verano, haciendo formación, buscando herramientas nuevas,
métodos más adecuados.

Os deseo que aprovechéis estos días para rearmaros moralmente. Porque
hace falta mucha moral para ser maestro. Moral en el sentido de los
valores y moral para afrontar el día a día sin sentir el aprecio y la
confianza imprescindibles. Ni los de la sociedad en general, ni los de
los padres que os transferimos las criaturas pero no la autoridad. ¿Os
imagináis un país que dejara su material más sensible, las criaturas, en
sus años más importantes, de los cero a los dieciséis, y con la misión
más decisiva, formarlos, en manos de unas personas en quienes no confía?
Las leyes pasan, y las pizarras dejan de ensuciarnos los dedos de tiza
para convertirse en digitales. Pero la fuerza y la influencia de un buen
maestro siempre marcará la diferencia: el que es capaz de colgar la
mochila de un desaliento justificado junto a las mochilas de los alumnos
y, ya liberado de peso, asume de buen humor que no será recordado por lo
que le toca enseñar, sino por lo que aprenderán de él.



Carles Capdevila / Periodista.

¡Casi ni me creo que se hable así de los MAESTROS!

¡¡¡Esto es una inyección de moral, que falta nos hace!!!

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