La semana pasada Francisco Lapuerta publicó en este blog un post crítico con los filósofos que han usado un lenguaje voluntariamente críptico, crítica con la que básicamente coincido. Sin embargo, creo que en ciertas ocasiones el empleo de un registro complejo y no unívoco está justificado y hasta es deseable, y que esto pasa no sólo en filosofía, sino especialmente en literatura y en artes plásticas.
Un ejemplo extremo de lo que quiero decir son las llamadas ‘anamorfosis’. Anamorfosis es aquella imagen deformada para ser vista de manera correcta únicamente bajo ciertas condiciones. En sentido estricto, son imágenes que sólo resultan inteligibles desde un punto de vista muy concreto, o vistas a través de un espejo o prisma con una forma determinada.
En el período que va desde finales del Renacimiento hasta finales del Barroco la anamorfosis será entendida como recurso para ampliar las posibilidades del lenguaje, muy en relación con lo que estaba ocurriendo en filosofía, literatura e incluso en ciencia. A la teoría de Copérnico que establecía que los planetas giran alrededor del sol en órbitas circulares, Kepler opondrá sus órbitas elípticas; ¿y qué es la elipse sino la anamorfosis de un círculo? Frente a la concepción simplificada y monolítica del círculo, propia del pensamiento renacentista, la elipse demuestra que puede haber dos centros (los focos), y que la visión puede cambiar dependiendo del individuo y su posición. Elipses y espirales se adueñan igualmente de la arquitectura.
En literatura, el barroco es la época del conceptismo, donde los juegos de palabras y dobles sentidos estarán a la orden del día, hasta el punto de que algunos autores modernos han empezado a hablar de anamorfosis literarias para referirse a textos barrocos compuestos deliberadamente para que sean interpretables de distintas maneras, dependiendo del enfoque que se les dé [1]. En este período encontramos muestras brillantísimas de juegos de palabras en los que se explota su polisemia para aumentar y reforzar los posibles significados de una frase. Por poner dos ejemplos muy conocidos, uno de los versos de Góngora reza: «y el tiempo me pasa como higo», lo que debe interprestarse de tres maneras distintas pero complementarias: que no le importa el paso del tiempo, que el tiempo le causa una gran decadencia, y que la vejez produce arrugas como las de una uva pasa. Quevedo, por su parte, al describir a uno de los personajes del Buscón, dice de él que «era un clérigo cerbatana, largo solo en el talle», con lo que nos indica con un único adjetivo (largo) que era muy delgado y nada generoso.
No es raro que las anamorfosis visuales tengan también esta lectura múltiple. Pongo igualmente dos ejemplos muy conocidos. En un grabado de Erhard Schön del siglo XVI, titulado Aus, du alter Tor!, vemos una escena bastante habitual en la época: una joven hermosa ofrece sus favores sexuales a un viejo para sacarle el dinero, que a escondidas ofrece a un joven que es su verdadero amante o quizá su chulo, mientras un bufón aumenta el tono satírico de la escena. Junto a ella se puede ver un paisaje con cazadores que rodea a una zona de extrañas líneas.
Al mirar escorzadamente la imagen, esa zona de líneas deformes se aplasta, dejando ver una imagen pornográfica entre la mujer y el joven que expulsan al viejo. Schön usó la anamorfosis para completar su historia y decir de manera velada lo que no podía de forma explícita.
En el convento romano de Trinità dei Monti, Emmanuel Maignan pintó en 1642 un curioso paisaje en el que podemos ver momentos de la vida de San Francisco de Paula. Al observar la pintura desde el otro extremo del pasillo, las estiradas formas del paisaje se transforman en el santo en oración.
Pero, volviendo al principio, quizá lo que Francisco criticaba no eran los textos que proponen varias lecturas posibles, sino los confusos o vagos. Claro que el Barroco también es la época de la duda metódica cartesiana y de La vida es sueño de Calderón, y las anamorfosis tienen esa vertiente de engaño de los sentidos.
Concluyo con una primicia para los lectores de Pensar libre. En Trinità dei Monti se situaron dos anamorfosis célebres, la de Maignan y otra de Jean François Niceron que fue destruida por los soldados napoleónicos que se albergaron allí. Trinità es un lugar de acceso muy restringido en el que se puede visitar la anamorfosis de Maignan, situada en el claustro de los frailes. Sin embargo, recientemente se ha recuperado la de Niceron, situada en la zona cerrada al público que es el claustro de las monjas. Por tanto, es posible que ésta sea la primera vez que se reproduzca de manera pública:
[1]- GILMAN, Ernest B: The curious perspective : Literary and pictorial wit in the seventeenth century. London : Yale University Press, 1978 y NICOLÁS, César: Estrategias y lecturas : las anamorfosis de Quevedo. Ediciones Universidad de Extremadura, 1986.
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