Tal y como yo la veo, la diferencia entre altruismo y generosidad
estriba en que el altruismo comporta un cierto sacrificio del interés
propio en beneficio del interés ajeno, mientras que la generosidad no
tiene por qué implicar dicho sacrificio. La misma lógica aplico a los
términos egoísmo y amor propio. La diferencia entre
ambos conceptos consistiría en que las acciones egoístas son aquellas
que afectan negativamente al otro, mientras que las que se realizan por
amor propio no tienen por qué perjudicar a nadie.
Pongo un ejemplo: si como un trozo de un delicioso pastel y cuando
estoy ya saciado le doy a mi compañero de mesa la mitad de lo que me
queda, soy generoso, pero no altruista. Solamente si deseo comérmelo todo y a pesar de ello entrego la mitad, soy altruista. Por otro lado, si al comerme el pastel impido que el otro se pueda pedir uno para él (pues era el único que quedaba), soy egoísta. Pero si con ello no impido nada, simplemente actúo por amor propio.
Se dice que el altruismo es bueno (aunque le ocasione perjuicio a uno
mismo) y que el egoísmo es malo (pues inflige daño ajeno). Se dice
también, por lo que toca al otro par de conceptos, que la generosidad y
el amor propio no tienen nada de malo, puesto que no generan perjuicio
alguno.
Hasta aquí, todo normal; este conjunto de definiciones simétricas nos
sirve para distinguir unas acciones de otras, para valorarlas y
clasificarlas. Parece correcto proceder así. Sin embargo, hay un pequeño
problema escondido entre estos conceptos. Concretamente, en uno de
ellos: el altruismo.
El altruismo es confundente porque hace pensar que puede funcionar en
ausencia de motivación o fin. Esto es justo lo que pensaba Kant: que el
altruismo es una obligación moral absoluta e incondicionada (un imperativo categórico,
según su denominación). Al implicar un sacrificio por parte de quien lo
practica, da la sensación de que quien actúa de modo altruista no
obtiene nada a cambio. Y por eso, porque a menudo el altruista no sale
bien parado en ningún sentido, el verdadero altruista es un tipo humano
revestido de una sustancia heroica, de un aura de santidad que lo
convierte en admirable, incluso en venerable, dado su carácter
excepcional. Es alguien que, de algún modo, se sacrifica como hizo Jesús
en la cruz.
El problema está en que los sacrificios altruistas no son, como
pensaba Kant, absolutos o incondicionados. Más bien lo que ocurre es que
el altruista sacrifica un interés privado por otro. Simplemente, su
acción cambia de motivo o interés. El interés propio es sacrificado en
aras de una recompensa mayor. Quizá sea el deseo de ser visto y admirado
como persona virtuosa, quizá sea un deseo de perfeccionamiento moral…
siempre hay una recompensa esperada. Kant lo sabía, aunque no lo quería
admitir; no obstante, aceptó que dicha recompensa pudiera darse en otro
mundo. Por eso dejó escrito que los seres humanos postulan la esperanza
en un más allá donde los virtuosos (que a menudo no han sido
felices) serán finalmente recompensados por Dios, y a esa unión postrera
entre virtud y felicidad la llamó el Bien Supremo.
Pero es en este mundo donde radica el interés de todas las acciones.
Incluso las más llamativamente heroicas acciones del altruismo se
realizan por algún motivo, aunque sea un vago e inconsciente deseo de
ser considerado mejor persona. Ahora bien, en este tema la verdadera
pregunta no es si hay o no hay algún interés individual motivando
subrepticiamente la acción altruista, sino si es que acaso está mal que
lo haya.
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