29/5/12

UNA INTERESSANT CRÍTICA DE CINEMA


 
Enrique Clavel
Del Canadá francófono nos llega esta sencilla, deliciosa y agridulce película de 2011 que no dudamos en recomendar. No se asusten por el título con que se exhibe en nuestras pantallas, Profesor Lazhar, y no se dejen amilanar por el hecho de que la película trate sobre profesores, alumnos y otros asuntos relacionados con el siempre temible mundo de la enseñanza.
La realización del film se debe a Philippe Falardeau, hombre ciertamente polifacético, pues tras recibir formación en Ciencias Políticas (Ottawa) y Relaciones Internacionales (Universidad Laval de Quebec) se presenta como concursante a un show televisivo titulado La Course destination monde, en el que los participantes hacen una gira por el mundo mientras realizan cortometrajes. Falardeau ganó la competición de 1993, durante la que rodó veinte cortos. Posteriormente ha alternado el rodaje de  documentales con el cine de ficción, con títulos  como La moitié gauche du frigo (2000), Congorama (2006), C’est pas moi, je le jure!  (2008) y el que nos ocupa, de momento su última realización.
Monsieur Lazhar es una excelente adaptación, del propio Falardeau, de un monólogo teatral de la también canadiense Évelyne de la Chenelière titulado Bashir Lazhar (2002), nombre del protagonista. Bashir Lazhar es un argelino en la cincuentena que se ha visto obligado a abandonar su país en condiciones trágicas y que, ocultando a medias su situación y circunstancias, se presenta para sustituir a la profesora de una clase terminal de primaria. Dos son, pues, los temas que aborda la película: la emigración y consiguiente integración en una sociedad ajena, cuando no hostil, y la enseñanza.
Aunque a primera vista pueda parecer (y el cambio de título en nuestro país quiere orientar al espectador en ese sentido) que la problemática de la enseñanza y la educación es lo esencial en la película, y nos la quieran situar en la estela de las típicas películas del profesor vocacional que se enfrenta a una clase conflictiva, no hay tal. El mundo del aula, junto con la situación del emigrante, no son más que los medios argumentales de que se vale la película para presentarnos una de las facetas más terribles y fascinantes de la condición humana: el extrañamiento y la enajenación del individuo respecto a su entorno. Que Bashir sea un argelino que se ha visto obligado a vivir en el Quebec y que además haya tenido que recurrir al trabajo de profesor de primaria sin que ese sea su oficio, no son más que recursos narrativos y dramáticos de la misma entidad que los utilizados por Samuel Beckett o Eugène Ionesco en  Esperando a Godot o en La cantante calva, respectivamente, para ponernos delante el absurdo de la condición humana. Y muy bien que consigue Falardeau, con la maravillosa colaboración de su intérprete protagonista, Mohamed Fellag, transmitirnos y comunicarnos la sensación de extrañamiento y enajenación del entorno que experimenta Bashir.
Ahora bien, dicho lo anterior, no hemos de infravalorar la perspicacia con que Falardeau (no sabemos hasta qué punto estaba en el texto original, pues lo desconocemos) señala puntos decisivos de la situación actual de los sistemas educativos. Y para nuestro asombro podemos comprobar que muchos aspectos que creíamos propios de nuestro país están presentes hasta en el Canadá francófono: todo el mundo se extraña de que Bashir haga a sus alumnos un dictado, y nada menos que de un texto de ¡Balzac!; que les haga aprender las conjugaciones verbales; que haya puesto los pupitres en fila y no formando un semicírculo, etc. Pero no menos admirable es ver la extrañeza de Bashir cuando lee en la programación de su antecesora que se trabajan mucho los “contenidos transversales”, cosa que él no entiende en absoluto, así como las respuestas y reacciones de unos padres o de la directora a sus métodos, al parecer poco convencionales, y que podríamos calificar simple e inocentemente de tradicionales. Que en la sesión a la que asistimos fuera escasa, casi nula, la percepción por parte de los espectadores de la sutil ironía con que Falardeau trata todas estas cuestiones nos indica que efectivamente la población occidental, en España o en Canadá, ignora completamente qué es lo ocurre en la actualidad en las aulas. Y que, por el contrario,  Falardeau no sólo se ha documentado muy bien sino que muestra una gran sensibilidad con respecto al tema tratado.
En una entrevista alude Falardeau a los realizadores británicos Ken Loach y Mike Leigh como dos de sus referentes, desde el punto de vista del tratamiento naturalista de las temáticas sociales que todos ellos abordan en sus trabajos. No nos extraña la referencia, como tampoco nos extraña que insista, en la misma entrevista, en el carácter documental de sus películas, y en su preocupación por “reflejar cierta realidad”. Sin embargo hay un hálito poético en Monsieur Lazhar que trasciende cualquier documentalismo realista. Más bien la situaríamos nosotros en una órbita cercana al iraní Abbas Kiarostami, en cuyas películas también el documentalismo aparece trascendido por una profunda comprensión de la realidad humana más allá de los condicionantes de la realidad social.
En Irán o en Canadá, en ámbito rural o en contexto urbano es siempre la mirada del extrañado de su entorno la que transfigura la experiencia cotidiana y la transforma en aquello que algunos llaman obra de arte. Inmenso regalo al que jamás podremos corresponder como se merece.

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