En honor seu us copio un article molt interessant originalment escrit per a comentar el llibre "Creure o no creure" en que el nostre personatge i Umberto Eco paraven i plantejaven punts de vista diferents sobre la fe.
L'autor n'és Juan José Tamayo, un teòleg que no es mossega la llengua i que sap parlar clar i català.
CARLO MARÍA MARTINI Y UMBERTO ECO: DOS INTELECTUALES EN DIÁLOGO.
Juan José Tamayo, teólogo
Con motivo de la muerte del cardenal
Carlo María Martini, el teólogo Juan José Tamayo actualiza un artículo
publicado en el diario ELPAÍS en octubre de 2000 cuando el cardenal de
Milán y el escrito Umberto Eco recibieron el Premio Príncipe de
Asturias. Sirva el texto de homenaje a tan singular personalidad de la
Iglesia católica como muestra de que “Otra Iglesia es posible”.
(Redacción de Redes Cristianas)
Diálogo entre la fe y la increencia en un clima de tolerancia
El año 2000 recibieron el Premio Príncipe de
Asturias dos intelectuales italianos con una relevante presencia
crítico-publica en los ámbitos cultural y religioso durante el último
cuarto del siglo XX: el cardenal Martini, arzobispo de Milán, en
Ciencias Sociales y el escritor Umberto Eco en Comunicación. No era la
primera vez que ambos intelectuales tenían la oportunidad de
encontrarse. Cinco años antes llevaron a cabo una original
correspondencia epistolar en la revista Litoral a través de ocho cartas
cruzadas -cuatro, de cada uno-, que despertaron un interés inusitado
entre los lectores y las lectoras, y tuvieron un amplio eco en los
medios de comunicación. El debate se abrió a otros seis interlocutores
italianos: dos filósofos, dos políticos y dos periodistas, quienes
expusieron sus puntos de vista sobre los planteamientos de Martini y
Eco, y fue publicado posteriormente en un libro titulado ¿En qué creen
los que no creen? Un diálogo sobre la ética en el fin del milenio.
El diálogo epistolar entre ambos constituye todo un
ejemplo de tolerancia y respeto entre personas que se ubican en
tradiciones culturales y religiosas distintas, así como de elegancia
dialéctica y finura literaria entre intelectuales que se desenvuelven
con soltura en el mundo de la comunicación. Los dos interlocutores se
muestran plenamente libres en la exposición de sus puntos de vista y no
se atienen a los estereotipos proyectados previamente sobre ellos. Se
trata, como reconoce Eco, de “un intercambio de reflexiones entre
hombres libres”.
El arzobispo Martini no
juega el papel de apologeta que defienda las verdades de la fe apelando a
las definiciones dogmáticas y descalifique fundamentalistamente las
razones del no-creyente. El laico Eco no anatematiza la religión;
reconoce, más bien, la existencia de formas de religiosidad, y por lo
tanto un sentido de lo sagrado, del límite, de la interrogación y de la
esperanza, de la comunión con algo que nos supera, incluso sin creer en
un Dios personal. Ninguno de los dos hace pomposas confesiones de fe o
de increencia. El diálogo se mueve en el terreno del razonamiento, de la
argumentación, siguiendo el emblema de la Ilustración formulado por
Kant: Sapere aude! (“¡Atrévete a pensar!”).
En la exposición de los temas ambos interlocutores
buscan espacios de convergencia, que son más de los que se acostumbra a
ver, pero sin ocultar las divergencias, que en algunas cuestiones son
profundas. Todo ello con talante de búsqueda, sin caer ni en el simple
irenismo ni en la agria confrontación. Lo afirma expresamente Martini en
su primera carta: “me parece importante poner de relieve con franqueza
nuestras preocupaciones comunes y buscar la manera de aclarar nuestras
diferencias, sacando a la luz lo que verdaderamente es diferente entre
nosotros”. El epistolario respira, además, un humanismo contagioso que
lleva derechamente a comprometerse en la defensa de las grandes causas
de la humanidad. Estas actitudes se ponen de manifiesto en todos los
temas tratados. Voy a centrarme en tres de ellos: el sentido de la
historia, la esperanza ante el nuevo milenio y la ética.
La historia tiene un sentido
Martini y Eco coinciden en que la historia no puede
reducirse a un conjunto amorfo de hechos huecos y absurdos, sino que
tiene un sentido y una dirección. Por eso, afirma el segundo, “se pueden
amar las realidades terrenas y creer -con caridad- que exista todavía
lugar para la Esperanza”. Los dos se sitúan en el horizonte ilustrado de
la filosofía y de la teología de la historia y toman distancias del
pensamiento débil, muy presente en la filosofía y la cultura italianas.
He aquí el testimonio de F. Crespi: “No existe telos alguno de la
historia, sino que ésta, por el contrario, se presenta como experiencia
repetitiva -a través de mediaciones simbólicas siempre nuevas y con
distintos grados de conciencia- de la misma imposibilidad de
conciliación”. Vattimo, ubicado en el mismo escenario filosófico,
hablaba en la década de los ochenta del siglo pasado del fin del sentido
emancipador de la historia (EL PAÍS, 6 de diciembre de 1986). La
divergencia entre Eco y martín, empero, aparece cuando se intenta
definir el sentido de la historia. El arzobispo de Milán cree que no es
puramente inmanente, sino que se proyecta más allá de ella, y por lo
tanto no debe ser objeto de cálculo sino de esperanza.
Esperanza ante el nuevo milenio
Otro tema de diálogo es precisamente la esperanza
ante el nuevo milenio. Los dos interlocutores demuestran ser profundos
conocedores de la apocalíptica judía y los movimientos milenaristas en
la historia del cristianismo. Apoyados en que la historia tiene un
sentido, creen que hay lugar para la Esperanza, como acabamos de ver.
Martini subraya la doble faz de todo Apocalipsis: su fuerte carga
utópica, por una parte, y su actitud resignada ante el malestar del
presente, por otra. Eco se pregunta si hay una noción común de Esperanza
entre creyentes y no creyentes, a lo que Martini responde
afirmativamente, reconociendo que existe un humus profundo del que
creyentes y no creyentes, conscientes y responsables, se alimentan al
mismo tiempo, sin ser capaces, tal vez, de darle el mismo nombre. Eco se
pregunta por la función crítica de una reflexión sobre el fin, que nos
lleve a interesarnos activamente por el futuro y no nos deje parados
ante el televisor esperando a alguien que nos divierta. Para que la
reflexión sobre el fin estimule la preocupación crítica por el futuro y
el pasado, responde el arzobispo de Milán, es necesario que este fin sea
considerado un valor final decisivo con capacidad para iluminar y dar
sentido a las tareas del presente.
El fundamentación de la ética
Un tercer tema es la fundamentación de la ética,
que constituye la cuestión de fondo de todo el diálogo epistolar. El
principio arquimédico de la ética son los demás o, mejor, los demás en
nosotros. Lo expresa bellamente Eco en un lenguaje muy afín al de
Lévinas: “cuando los demás entran en escena, empieza la ética… Son los
demás, es su mirada, lo que nos define y nos confirma”. Martini valora
positivamente el planteamiento del novelista italiano alegando en su
favor el comportamiento altruista de muchas personas que no creen en un
Dios personal ni pretenden dar un fundamento trascendente a su vida. Más
aún, cree que hay personas que, sin referencia a religiosa alguna, dan
su vida en defensa de sus convicciones morales. Pero, a su vez,
considera insuficientes las bases puramente humanistas de la acción
moral. Por eso se pregunta por el fundamento último de la ética y
responde, citando a Hans Küng, teólogo condenado por el Vaticano, que
solamente lo incondicionado puede obligar de manera absoluta, solamente
el Absoluto puede obligar de manera absoluta.
La diferencia: pensar o no pensar
La comunicación epistolar Eco-Martini muestra que
creyentes y no creyentes están llamados a dialogar sin proselitismos,
sin pretender imponer las propias convicciones al interlocutor. Lo dejó
muy claro el cardenal Martini con motivo de la recepción del premio
Príncipe de Asturias: “No intento convertir a nadie, sino dar luz a las
preguntas profundas. Todos los creyentes llevamos dentro a un no
creyente. La voz del creyente suena más fuerte, pero no deja de hacer
dudar a nuestro yo no creyente. Igual que los no creyentes oyen la voz
que les dice ‘tienes que creer’”. Y, citando al prestigioso intelectual
italiano Norberto Bobbio, fue más lejos: “La diferencia no es creer o no
creer, sino pensar o no pensar”.
Eco y Martini creen que pueden hacer juntos un
largo trecho del camino de la vida -quizá, todo el camino-, compartiendo
la pregunta por el sentido, la virtud de la esperanza (y el
Principio-Esperanza, según Bloch) y la ética de la projimidad. Queda
pendiente el problema de la fundamentación -¿última?- del sentido, la
esperanza y la ética, en cuya respuesta no hay acuerdo. Se trata de una
cuestión irrenunciable, pero no debe cerrarse en falso. En el actual
clima de pluralismo filosófico, religioso y cultural, lo mejor que
podemos hacer es dejarla abierta y seguir reflexionando sobre ella sin
dogmatismos.
Lejos del Vaticano, cerca de Jesús de Nazaret
Es posible que el tono dialogante del debate no gustara en el
Vaticano, quien hubiera preferido una postura más beligerante por ambas
partes. Quizá la actitud tolerante del arzobispo de Milán le cerrara
las puertas del pontificado. ¡Y con razón! Porque un papa que se
permitiera pensar libremente, dialogar fraternalmente con personas
no-creyentes y soñar con una Iglesia más igualitaria -como hacía el
cardenal Martini-, resultaría subversivo y desestabilizador. Y un papa
subversivo constituye una contradicción en toda regla. Por eso tras su
jubilación voluntaria prefirió ir a la tierra de Jesús de Nazaret a
estudiar los textos originales del cristianismo y, desde ahí, contribuir
a la paz. Porque, como él mismo afirmaba, “cuando haya paz en
Jerusalén, habrá paz en todo el mundo”. ¡Lejos del Vaticano y cerca de
Jesús de Nazaret!: es el programa y el legado que, tras su muerte, deja a
los cristianos del siglo XXI Carlo María Martini.
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